A finales del siglo XI, el joven cruzado Sr. Ababol de Manchester City, cruzó las verdes praderas de la Bretaña francesa, escaló las infinitas cumbres de los Pirineos para descabalgar a orillas del Alcoraz River. Allí, contempló atónito cómo San Jorge de Capadocia, también conocido como “el del dragón”, ayudaba a los fieles cristianos en su conquista de los territorios dominados por los infieles.

Tal fue su perplejidad ante semejante aparición que se tropezó con un pedrusco, cayó de culo sobre una bola gorda de pinchos, lo que le hizo pegar un brinco y caer al caudal del río que le arrastró hasta el Monegro’s desert. Allí despertó mientras una oveja le lamía el carrillo izquierdo y diose cuenta de que había perdido su espada sin la cual no podía continuar su viaje de cruzado por el mundo. Puestos a cruzar, cruzó el sembra’o de alfalfa para preguntarle a un buen hombre si había visto su espada. El gentil hombre de entrecejo frondoso le señaló a un campo de ababoles salvajes…

¿Qué eran aquellas encarnadas flores que casualmente se llamaban como él? ¿Sería cosa del destino? ¿desde cuándo el Alcoraz desemboca en los Monegros? ¿Por qué Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía? ¿Qué opina Belloch de tal circunstancia? ¿Por dónde queda Jerusalem? ¿Será zona B de taxi?… demasiadas preguntas se agolpaban en su cabeza, las sacudió todas de un estornudo y se introdujo valeroso y gallardo entre las flores.

A partir de aquí su destino está en tus dedos. Dirígele entre los tenebrosos recovecos monegriles, ayúdale a recolectar los ababoles necesarios y recupera su espada para continuar el camino hacia Jerusalem. Amén. Jesús.

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